Rigel escribió:Los años 50 los pilotos de las líneas comerciales procedían de las Academia General del Aire y era la elite de la profesión, no había otra manera de acceder al título, afortunadamente aparecieron Escuelas de Pilotos Civiles que dieron salida a magníficos profesionales que actualmente ocupan plaza en Compañías españolas, otra cosa es el comportamiento y exigencias a lo que están sometidos por parte de ellas. Antiguamente el transporte marítimo era quién tenía la hegemonía del transporte de carga y pasajeros, y las navieras, como entidades comerciales no estaban por perder dinero y exigían a los capitanes que su barco no perdiera ni un céntimo en demoras ni averías, que pudieran solucionarse a bordo, y el mal tiempo lo consideraban como cosa del medio, no siendo excusa de retrasos ni motivo de no salir de puerto a cumplir el viaje. También eran vidas humanas y perdidas millonarias las que estaban en juego, como era cargo de confianza por parte del armador te la jugabas en la mar, con averías, sin averías, con mal o buen tiempo, de lo contrario ibas a la calle o de oficial en el mejor de los casos. ¿Inspecciones? , que risa igual que ahora, recordar los desastres de los últimos petroleros y las acciones judiciales contra los capitanes. Me permitido dar este pequeño rollo para lamentar lo que ocurría en la mar antaño lo van a sufrir ahora los tripulantes de líneas aéreas. No hay nada nuevo cuando hay “pelas” de por medio. Saludos de uno que lo sufrido y ha sobrevivido. Rigel
Hace tres años veía el camino que siguirán las compañías aereas, muy parecidos a las que sufrimos los marinos mercantes con nuestras navieras. Viendo este "ilustrativo video" me doy cuenta que el comportamiento de los "amos" con sus empleados está desembocando a esta situación que todavía no es extrema, pero por ahí se empieza, hoy Raynair pero mañana...quién sabe si le siguen otras.
¡¡Que no pase ná!!, ánimo y a por todas. Un abrazo con cariño a todos los que sobreviréis con explendor, Juan-Rigel
El futuro nos tortura, y el pasado nos encadena. He aquí por qué se nos escapa el presente.